SEBASTIÁN BERMÚDEZ ZAMUDIO
Publicado en la revista Vera+Cruz de 2018
UNA CRUZ VERDADERA
Corría el año 336 cuando se hallaron tres cruces tras demoler el templo de Venus, levantado en honor de la diosa sobre el Monte de la Calavera, el Gólgota. Bajo sus cimientos aparecieron tres cruces, la de los dos ladrones y la de Jesús. ¿Cómo saber cuál pertenecía al Hijo de Dios? Para ello se acercó un enfermo y al ser tocado con una de ellas sanó, recuperó su salud bastante deteriorada momentos antes. La Verdadera Cruz fue guardada en la Basílica del Santo Sepulcro, construida para ese destino en Jerusalén por Helena de Constantinopla y su hijo Constantino I el Grande.
En el año 614, el Rey persa, Khosro II, conocido como Parviz, el victorioso, conquistó Jerusalén llevándose consigo la Vera Cruz. Para demostrar su desprecio a la religión cristiana, puso a los pies de su trono la reliquia a vista de todo el que lo visitaba. Muestran los calendarios litúrgicos el día de la Exaltación de la Santa Cruz en referencia a la victoria conseguida por el bizantino Heraclio sobro Khosro II (año 628) y la posterior devolución de la Vera Cruz a Jerusalén. El propio Heraclio quiso llevar a hombros la Cruz para su entrega engalanado de bellas y caras ropas, mostrando a todos sus ricas joyas durante la procesión que recorrió ese día la ciudad, apenas pudo andar unos pasos y tuvo que dejar a un lado la Cruz, teniendo que despojarse de sus ropas y joyas para poder cargar con ella, reflejando con ese acto la vida humilde y pobre llevada por Cristo.
LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI
El siglo XVI trajo una revuelta territorial tras el fallecimiento de don Fernando. Su nieto, Carlos de Habsburgo, se hizo coronar Rey de Castilla y Aragón. Con su coronación llegaron nuevos impuestos con la pretensión de conseguir suficiente caudal para ser nombrado Emperador alemán, su verdadera ambición. El pueblo rechazó a un Rey que consideraban extranjero y que no hablaba castellano, lo que derivó en un comienzo de siglo turbulento con revueltas por parte de los Comuneros que se levantaron contra esos gravámenes y contra las razones del nuevo Rey. El país comenzó a sufrir una crisis por zonas que fueron apaciguadas lenta y duramente por la Corona, los desórdenes sociales y las rebeliones antiseñoriales terminaron por alejar a la nobleza de los Comuneros, dando pie a las Germanías (hermandades gremiales) en los reinos de Valencia y Mallorca, coincidiendo con las revueltas de las Comunidades de Castilla.
Mientras buscaba apaciguar los levantamientos del Reino tuvo que enfrentarse a turcos, franceses, navarros y ayudar a su hermano Fernando en la guerra contra el sultán Solimán el Magnífico, quien se alió con el Rey francés Francisco I. En ese tercio de siglo se enfrentó a Jeireddín Barbarroja en el mar, los turcos otomanos trataron de dominar el Mediterráneo con sucesivas respuestas por parte de la armada española. Las continuas guerras y el desgaste al que la doctrina luterana sometió a la Iglesia Romana terminaron por acabar con su sueño de un Imperio universal, su fracaso como defensor de iglesia tras el asentamiento de los luteranos lo llevó a abdicar en 1555-1556.
La llegada al trono de Felipe II vino a situar como principal núcleo del Reino a Castilla, estableciendo de esa manera un centro en España desde donde gobernar el inmenso Imperio. El monarca dominó el Mediterráneo definitivamente para el cristianismo tras la gran victoria de Lepanto, acabando así con las incursiones berberiscas y turcas. Eliminó las sublevaciones moriscas en la Península y a mitad de siglo se enfrentó a Francia, a quien ganó militar y políticamente, la expansión definitiva de un Reino unido de poco más de sesenta años de historia. El final de siglo trajo la anexión de Portugal por derechos sucesorios y la desdicha de los elementos atmosféricos sufridos por la Grande y Felicísima Armada, la Invencible para los enemigos, en su intento de invadir Inglaterra tras la muerte de su esposa María Tudor.
Su reinado coincidió con la llegada del Renacimiento, sin embargo no tuvo fuerza dentro de la Corona española que mantuvo una cultura cercana a la pintura, literatura y arquitectura religiosa. Los arquitectos construyeron grandes edificios civiles, militares, religiosos y mortuorios, El Monasterio del Escorial entre muchos, quedando bautizado el estilo utilizado como “herreriano”. Grandes dramaturgos, como Miguel de Cervantes y Saavedra, y la excelente pintura de maestros como El Greco, todo esto derivó para la historia en un siglo dorado, el Siglo de Oro.
Un momento de nuestra historia donde España dominaba el mundo, el viejo y el nuevo descubierto, un país que conquistaba cada rincón de tierra conocido y se adueñaba de los mares por donde ejerció un dominio aplastante.
EL SUR BUSCA ATRIBUTO
Por nuestra tierra la situación caminaba pareja a las que sucedían en el Reino aunque con algunas diferencias puntuales, principalmente el aprovechamiento del comercio con América. La jurisdicción castellana sobre el monopolio del comercio con el nuevo mundo fue aprovechado por Andalucía para convertirse en la región más rica de España y en una de las más poderosas del mundo. La Ruta de Indias trae hasta Sevilla las riquezas “allende los mares”, plata (300.000 kilos anuales), oro (50000 kilos anuales), cacao, especias y otros productos novedosos y escasos en el viejo continente, galeones que partían desde VeraCruz, curiosidades del destino, en México, con destino a Sevilla. Se creó el Consejo de Indias (1524) para legislar todo lo relacionado con la ruta comercial, tomando autoridad sobre la Casa de Contratación (1501) en Sevilla, con la intención de hacerse valer, hasta ese momento no existía un registro firme sobre la mercadería. Era necesaria su regulación como lugar para el reconocimiento de mercancía llegada y abastecimiento de todo lo necesario a los galeones y tripulación que partían a las Indias o llegaban a puerto. Muchos fueron los setenileños que se aventuraron al viaje entre los dos mundos, nuevo y viejo, buscando un futuro mejor y aventuras. Tanto las Indias (Perú, México o Veragua, Panamá o Tierra Firme) como Filipinas son destinos de la época que atraen a curiosos, criados y sirvientas, militares, maestros y cuidadoras, investigadores, médicos, etc.
Por esos años, la convivencia entre moros y cristianos aún perduraba tras la reconquista de al-Ándalus por los Reyes Católicos. Esa forzada armonía se rompe definitivamente entre los años sesenta y ocho y setenta y uno del siglo XVI con la Guerra de las Alpujarras, la más importante de tantas rebeliones moriscas dadas en nuestra tierra. Las revueltas llevaron al segundo Felipe a tomar una decisión drástica al comprobar la enorme cantidad de sacerdotes asesinados por los rebeldes y los continuos ataques a modo de emboscadas que sufrían los soldados del Reino. En un Sínodo Diocesano se decidió tomar medidas extremas y llevar a cabo la cristianización del territorio y la expulsión de aquellos que no acataran las nuevas leyes. Esa normativa trajo un éxodo obligado por parte de la mayor parte de las familias moriscas, fueron forzosamente trasladadas a Castilla y redistribuidas dentro de su extenso territorio. A mitad de siglo la atención prioritaria por parte de la cristiandad era buscar la pureza del territorio, unificando esa intención alrededor de una sola fe, basada principalmente en convertir a los moriscos en verdaderos cristianos o la expulsión de estos en caso de no acatar la Pragmática Sanción de 1567. Con el paso de los años las relaciones comienzan a deteriorarse, terminando con la decisión de expulsar a los moriscos al norte de África a comienzos del siglo XVII.
En aquella Andalucía que rebosa salud, riqueza y bienestar de convivencia, se situaba el Reino de Granada, jurisdiccionalmente perteneciente al Reino de Castilla, el cual certificaba esa suerte de respeto a cambio de un pago anual que efectuaba a la Corona. Sus 341 años de historia tras la conquista de los Reyes Católicos, terminaron tras un Real Decreto, convirtiendo el Reino en Provincia. Una masa social integrada mayoritariamente por cristianos viejos y fervientes creyentes de la fe católica garantizaron el camino inmaculado marcado por la iglesia. El emblema del Reino, centrado en su símbolo de la granada, aun hoy figura en el escudo de España.

SETENIL
El comienzo del siglo XVI trae la celebrada noticia a Setenil de su declaración como Villa de Realengo, recibiendo una Carta de Privilegios similar a la que en esos momentos ostentaba Sevilla, capital creciente del mundo comercial. Llegó dinero en raudal a modo de inversiones y beneficios de reparto que influyeron notablemente en la construcción de edificios notables como la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, la finalización del hospital de Santa Catalina y un seminario. Crecieron los cultivos, la vid y los cereales, aumentó el olivar en la zona, una mayor explotación del monte e hicieron baza los ganaderos, convirtiendo todo lo dicho en el motor económico del pueblo junto al trabajo de construcción en las obras señaladas, las reformas de casas y ampliación y adecentamiento del territorio urbano.
El entramado apretado y espeso de calles quedaba dividido en dos zonas, la comercial y la vecinal, la primera tomó como principal parte el mercado y la segunda comenzó a crecer alrededor de la estructura defensiva y a lo largo del recorrido del río. Las obras de alcantarillado se convirtieron en necesarias y el alumbrado se fue forjando en pos de una mejora natural. El sistema de regadío implantado por los antiguos habitantes ayudó para que los huertos florecieran y diesen hortalizas todo el año. Junto al hospital de Santa Catalina se creó un jardín botánico donde, con las nuevas técnicas de injertos, crecieron plantas medicinales. El seminario ayudó con la llegada de estudiantes al pueblo y el crecimiento cultural de quienes encontraron en el estudio un camino de saber. El pueblo aumentó su población y fue necesario construir más viviendas que terminaron por ayudar en la creación de distintos comercios para asistir la nueva era a la que se enfrentaba Setenil.
Esa era la situación de nuestro mundo cercano y conocido, un camino en busca de una identidad y una idiosincrasia que conjugase con los nuevos tiempos, tiempos de guerras, pasiones y fervor piadoso. La aparición de distintas hermandades religiosas por el territorio español empujó a muchos creyentes a solicitar el permiso correspondiente a las autoridades eclesiásticas y a Roma con la intención de fundar una Hermandad. Cumplidos la mitad de los años del siglo XVI, un entusiasmo brota en Setenil, se lleva a cabo la petición para la fundación de la Hermandad de Santa Vera Cruz, apoyada en una creencia de esos cristianos viejos que repueblan el lugar y respaldados por los oblatos seglares terciarios que llevan la palabra de Dios a cada rincón que visitan.

AÑO 1551 DE NUESTRO SEÑOR: LA FECHA DE UNA PASIÓN
Pasados mil doscientos quince años del hallazgo de la Cruz Verdadera, un célebre vecino aporta su grano de arena a la historia de Setenil, apoyado en los Franciscanos Terceros del convento de Caños Santos y su prior Fray Martín de las Cruces. Una amistad nacida de las distintas visitas de la Orden a Setenil en su estrecha afinidad espiritual y material que mantenían con la población y en especial con don Diego de Escudero, administrador local y ferviente creyente en la palabra de Dios. La llegada de los mandatos reales en relación a la purificación del lugar, la necesidad obligada de procesionar tras la Cruz de Cristo y pasear las calles para conseguir su inmaculada expiación. La necesidad obligada de cristianizar el lugar con la evangelización, predicación y catequización de quienes aún quedaban por convertirse. Todo lo que surgía solo mostraba un camino, fundar una Hermandad que oficiase junto al representante de la iglesia en el sitio, las salidas en procesión apoyando los distintos apartados religiosos del pueblo.
Apagado el sonido de la noche, iluminada la estancia por las agotadas velas del candelabro mientras miraba pensativo la hoja y el tintero, sosteniendo en su diestra la pluma que trazaría las palabras que por su imaginación navegaban tras esa conversación definitiva con el prior franciscano mantenida la tarde antes. Apoyaba el antebrazo derecho en el borde de la robusta mesa, sosteniendo su cabeza con la mano izquierda mientras el codo descansaba en la superficie, donde se encontraban el papel que llevaba como destino una petición, un ruego, escrito desde lo más profundo del alma. Sin esperar a que la medianoche lo alcanzase, se decide Don Diego a escribir al obispo de Málaga y pedir su permiso y proceder a la fundación de una Hermandad para servir al cristianismo con la fe de un pueblo que se muestra ilusionado con la idea.
“Don Diego de Escudero, vecino de Setenil y siervo de Dios, al Ilustrísimo Obispo de la Diócesis de Málaga…” Ahí comenzó una historia que hoy nos marca cuatrocientos sesenta y siete años de vida. Las palabras iban y venían, escogiendo las oportunas continuó Don Diego con la misiva, utilizando una hoja aparte para no equivocar y terminar en la definitiva que sería la que llevaría personalmente hasta Málaga, a caballo, cruzando las montañas de la sierra y arriesgando su vida por un sueño, un sueño que en esos momentos no era conocedor de su alcance hasta nuestros días, dando vida a algo más que una Hermandad.
Cabalgó las pedregosas veredas y los caminos notables, descansó bajo árboles y junto al río antes de alcanzar su destino. Al llegar a la catedral fue recibido tras presentarse y comunicar su cometido, le instaron a sentarse y esperar en la espaciosa sala, pobremente decorada debido a su constante proceso de construcción en el que se hallaba inmersa. Alrededor de una hora más tarde le hicieron pasar y personarse ante Fray Bernardo Manrique de Lara, sentado en su sillón, sujetando la petición entre sus blanquecinas manos marcadas por azules y gruesas venas, levantó los ojos y sonrió.
-Este es el camino, hijo, no dudes nunca que lo que has traído hasta aquí terminará siendo parte de nuestra historia. Tu pueblo recordará por los siglos el momento donde ahora nos encontramos. Es esta nuestra España la que camina de la mano del Señor. Él nos guiará.
Se acercó a la ventana y leyó en voz alta para que se oyese nítido, terminando en un suspiro y persignándose al terminar la frase:
–Hermandad de la Santa Vera Cruz de Setenil.
La carta con la petición viajó con destino a Roma con el sello lacrado del obispo Fray Bernardo, allí llegó a las manos del Papa Sixto V, de nombre italiano Felice Peretti, hombre devoto de fe inquebrantable cercano al Santo Oficio, aprueba la petición y en mil quinientos noventa concede permiso bajo bula papal. Un siglo después, esa anuencia queda ratificada por el Papa Clemente XIII, Carlo della Torre di Razzonico, hombre de mar nacido en la Republica de Venecia y que premia de esa manera el trabajo llevado por la Hermandad durante esa época de vida.
Volvió Don Diego de Escudero a Setenil, con la aprobación para procesionar de la Diócesis de Málaga y con la ilusión de quien ha ejercido una labor por su pueblo. No pudo ver con sus ojos la carta de aprobación de la Santa Sede llegada a Málaga, quizás sí, desde ese pedestal en el cielo.
La majestuosa calle que marcaba el recorrido de esa primera procesión en Setenil, se magnificaba con el gentío concurrido. Por consejo y recomendación de los Franciscanos Terceros del convento de Caños Santos, que ayudaron con la representación y montaje de la escenificación, se propuso un Oficio de la Pasión. Los Misterios Dolorosos de Cristo, del Pretorio al Calvario, en una meditación Profunda y la flagelación de un recorrido realizado de rodillas por algunos y descalzos todos, con sus debidas paradas en concordancia con cada episodio. Meditación y Contemplación a través de los catorce episodios que la Orden Franciscana dispuso para esa primera procesión con final en el Real de San Sebastián, lugar donde tuvo lugar el Lavatorio, donde se curaron las heridas de los penitentes con vino. Las túnicas blancas, los pelos sueltos y los maderos que algunos cargaban como peso de sus pecados, ocuparon las calles durante el trazado planteado, una primera procesión, un primer día donde la Hermandad de la Santa Vera Cruz y los Franciscanos Terceros procesionaron por las calles de Setenil en ese año de 1521.
Llantos y sollozos, abrazos entre hermanos y hermanas, entusiasmo en las miradas perdidas, rezos de Padre Nuestro y Ave María, manos que se entrelazaron y felicitaciones, muchos agradecimientos a un hombre que tuvo una pasión y cumplió un sueño. Don Diego de Escudero se santiguaba mirando al cielo, con lágrimas en sus ojos y agradecimientos en su corazón.
Nunca imaginaria el ilustre vecino de Setenil que pasados cuatrocientos sesenta y siete años sería recordado en estas páginas gracias al empeño de otro hombre llevado por la ilusión y la convicción. Alguien que inyecta entusiasmo a cada una de las palabras que dedica a la Hermandad para la que, desde su posición de Hermano Mayor, trabaja, investigando con un tesón enorme en la memoria que nos ofrecen los archivos, el origen y el camino recorrido a lo largo de tantos años de esperanza y fraternidad.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
-Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.