Vera+Cruz de Setenil: Blancos… y franciscanos

La Junta de gobierno de la Hermandad de la Vera+Cruz de Setenil aprobó por unanimidad en febrero de 2019 la solicitud del «título honorífico de Seráfica y Franciscana», que fue reconocido el 19 de noviembre de 2021 en una comunicación firmada por fray Antonio Arévalo Sánchez. En este enlace puedes leer las motivaciones de la Hermandad en la carta que dirigió el Hermano Mayor, Sebastián Luque, el 4 de marzo de 2019. En el siguiente artículo, publicado en la Revista Vera+Cruz en 2007, el párroco José Manuel Guzmán Rodríguez nos explica el significado y la relevancia de la pertenencia a la tradición franciscana. Los franciscanos son, de hecho y no por carambola histórica, custodios de la reliquia más antigua y grande de la Vera Cruz («Lignum Crucis»), que se halla en el monasterio de Santo Toribio de Liébana. En este artículo descrubriremos, además, aportaciones históricas del máximo interés: cómo aparecen las primeras procesiones a finales del siglo XV.

Solicitud de la Junta de Los Blancos en febrero de 2019
Carta del Hermano Mayor, Sebastián Luque

Carta de Ramón Vázquez
Comunicación del reconocimiento del título

Los franciscanos y las Hermandades de Penitencia

JOSÉ MANUEL GUZMÁN RODRÍGUEZ
Párroco de Jédula y Director Espiritual de los
Triduos de nuestra Hermandad

Para atender adecuadamente el vínculo que existe entre los franciscanos y las hermandades de penitencias hay que conocer un poco la espiritualidad de San Francisco de Asís, fundador de la Orden de los Frailes Menores. A él le toca vivir la Alta Edad Media, período de efervescencia religiosa y de singular devoción a la humanidad de Nuestro Señor Jesuscristo, época comparable solamente al Siglo de Oro español (s.XVI). San Francisco se siente particularmente atraído por dos misterios de Cristo: la pobre cuna y el Calvario, Belen y el Gólgota. A él se debe, al menos en germen, la costumbre de los «nacimientos» y también de reverenciar la Santa Cruz. En su biografía, así como en su testamento, ocupa un lugar especial la jaculatoria que hacía cada vez que veía una cruz, aunque fuese la formada casualmente por dos ramas de árbol: «te adoramos, oh Cristo, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo», tomada naturalmente de la liturgia del Viernes Santo. Las apariciones de Cristo al Santo de Asís serán siempre en forma de Crucificado, hasta el punto de imprimir Éste sus santísimas Llagas o Estigmas en el cuerpo maltrecho del Pobrecillo Francisco.

Con este precedente en la vida del fundador de los franciscanos, no debe extrañarnos que su Orden, en consonancia con el padre, tuviera devoción a las mismas cosas con él. Mucho antes de que los franciscanos hicieran la tau (letra hebrea de referencia bíblica y usada por el Santo como firma) su emblema, fueron siempre el escudo con las Cinco Llagas, la Santa Cruz de Jerusalén y el abrazo de la Cruz (el brazo de Cristo y el de Francisco entrecruzados) la insignia preclara de estos religiosos mendicantes. Por eso serán ellos mismos los impulsores de la devoción a las Cinco Llagas, a la Sangre de Cristo que de ellas mana y a la Cruz que las originó, así como el camino o vía que el Salvador recorrió cargado con semejante instrumento de tortura.

Se da, además, la circunstancia de que los franciscanos, desde primera hora, constituyeron en torno a sí, haciéndoles partícipes de su espiritualidad, a un grupo de seglares a los que denominaron «terciarios», con estatuto y regla propia. Muchas de estas órdenes terceras serán en el futuro el referente inmediato de las hermandades y cofradías. Incluso en lugares de nuestra diócesis, como es el caso de El Puerto de Santa María, los primeros en organizar un vía crucis que procesionaba con el Cristo de los Afligidos no serán los cofrades, sino los hermanos de la Venerable Orden Tercera (Franciscana). Dicho sea de paso, los franciscanos no inventaron el rezo de las estaciones del vía crucis, pues ya desde el s. IV tenemos abundantes testimonios de esta costumbre en la misma Jerusalén. Pero a raiz de darles el Papa en 1342 la custodia permanente de los Santos Lugares, propagarán en Europa este ejercicio piadoso para aquellos que no tienen la oportunidad de viajar a Tierra Santa, hasta el punto de ser los únicos con derecho a erigir las estaciones en cualquier iglesia de la cristiandad, privilegio actualmente abolido.

Precisamente su presencia en los Santos Lugares les hará beneficiarios en el reparto de las reliquias de la Santa Cruz, de las que siempre intentarán tener un ejemplar en sus conventos. Históricamente la devoción a la Santa Cruz había precedido a la del Crucificado, de iconografía tardía. Ahora con los franciscanos ambos elementos se mantienen unidos, aunque con su respectiva autonomía. Los franciscanos son, de hecho y no por carambola histórica, custodios de la reliquia más antigua y grande de la Vera Cruz («Lignum Crucis»): la que se halla en el monasterio de Santo Toribio de Liébana.

Pero aún debemos responder a este interrogante: ¿cuándo y cómo se establece la relación entre los franciscanos y las hermandades de penitencia?

Ante todo un dato: la Semana Santa no se aparece como tal hasta fines del siglo XV y sobre todo del XVI. Lo anterior eran procesiones de gremios laborales en torno a un patrón, casi nunca un Cristo o María, procesiones de reliquias o eurcarísticas al estilo de la de 1312 de Liejo (Bélgica), o bien procesiones de disciplinantes. Ciertamente ya vemos presentes a los religiosos de San Francisco en muchas de estas procesiones.

Pero no cabe apenas duda de que la primera cofradía de penitencia en el sentido moderno tuvo su origen en Italia, desde donde fueron importadas a España por los frailes, arraigando primero en Castilla y luego en Andalucía.

Para los franciscanos, de fuerte tradición corporativa y confraternal, la penitencia pierde su sentido individual, para hacerse colectiva, pública. Y la mayor manifestación penitencial colectiva surge cuando deciden «sacar la iglesia a la calle», haciendo salir de los templos imágenes que conmueven, que mueven al arrepentimiento y a la penitencia.

Desde luego parece cierto que, al menos en Sevilla, la primera cofradía seráfica es la de la Vera Cruz, fundada en el convento de San Francisco, que da culto a la reliquia traída por los frailes desde Tierra Santa. Por lo tanto, vemos a estos religiosos en el origen mismo de la Semana Santa sevillana. Lo mismo cabe decir del famoso Vía Crucis a la Cruz del Campo instituido en 1521 por don Fadrique Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, a su regreso de un viaje por Tierra Santa, dond elos franciscanos le habría enseñado la antigua tradición del vía crucis de las «doce estaciones», es decir, el que habría seguido a diario la Virgen para recordar el tormento de su hijo. Es curioso que ya este vía crucis se hace con capucha, tapados al estilo de los nazarenos de hoy.

Cuando el Concilio de Trento, en su sesión XXV del 4-12-1563 sobre «la invocación, veneración de los santos y reliquias y sagradas imágenes», dio luz verde a la piedad popular, los franciscanos, tan afectos al Romano Pontífice y a su magisterio, debieron sentirse legitimados, mejor aún impulsados, a involucrarse con más dedicación en la buena marcha de las hermandades y cofradías.

Ni que decir que en adelante los franciscanos crearon y dieron cobijo en sus conventos a muchísimas hermandades y cofradías, principalmente a las que veneraban los misterios de Cristo entrañablemente amados por la Orden: su Cruz, sus Llagas, su Sangre, su Humildad y Paciencia en la Pasión, sus Espinas Dolorosas…

Desde sus orígenes la Fraternidad Franciscana ha visto en esta piedad popular un poderoso agente y un medio magnífico para hacer calar el mesaje evangélico en el corazón de los fieles y mover a conversión. Y es que las estaciones de penitencia son la continuación de aquel famoso episodio de «Fray Ejemplo», en el que Francisco, haciéndose acompañar de otro fraile, se pasearon por un pueblo vestidos de burda estameña y. en silencio, para que la gente se cuestionara sobre su vida.

Pero, sobre todo, la Orden ha visto a las cofradías como portadoras de uno de los valores supremos que se encierra en el título de la Orden: Hermanos. Cuando las hermandades están vivas y llevan a la práctica los fines descritos en sus reglas, el máximo deseo de Cristo se cumple: «que sean uno, como Tú y Yo. Padre, somos uno».

Me gustaría terminar con un dato curioso que nos aporta el estudioso de la saeta andaluza Ramírez Palacios: las saetas, antes de ser las saetas espontáneas y quejumbrosas que ahora escuchamos, eran el modo como los franciscanos exhortaban en sus misiones populares al arrepentimiento, como preparación a una buena confesión general. ¡Hasta en esto nos han dejado su huella seráfica los buenos franciscanos!