CARMEN GONZÁLEZ GUERRERO
Manolo Bastidas nació en 1932, por lo que sus primeros años de vida estuvieron marcados por la pobreza y el hambre. Su oficio de panadero en la Calle Cádiz le ha permitido estar muy vinculado a Los Blancos y colaborar en todo lo que ha podido.
P: Manolo, ¿cuál es su vínculo con la Hermandad de la Santa Vera Cruz?
R: Desde pequeño he tenido una inclinación hacia Los Blancos y siempre me han gustado. No he sido de tener mandos, pero he estado toda mi vida colaborando en todo lo que he podido, siempre he estado ahí.
P: ¿Sus padres y hermanos también pertenecían a la Hermandad?
R: No, mis hermanas eran mayores que yo y vivían fuera, por lo que no han vivido esto. Mis padres llevaban el campo y la panadería y no se metían en asusto de hermandades. En sus tiempos ni las había. Aquella época era muy difícil, no había ni para comer.
P: Entonces, ¿cómo vivía la Semana Santa en su infancia?
R: Cuando yo era pequeño no había ambiente ni nada y después vinieron los años del hambre y las cartillas de racionamiento. Recuerdo que en la Iglesia no había santos, solo un almacén de trigo porque los agricultores lo tenían que entregar y luego lo vendían a los molineros. Pero sí recuerdo que sacaban los santos para que lloviera, pero no procesiones como las de ahora.
P: Y ya cuando fue mayor, ¿qué recuerdos tiene de la Semana Santa?
R: Ya cuando empezaron las hermandades había más movimiento. Se vestía muchísima gente de mantilla y de penitente. Yo me he vestido un montón de años y también he llevado el trono, porque antes los pasos tenían que ser llevados por los hermanos. Recuerdo que nos íbamos turnando unos con otros porque había poco personal. En Semana Santa, Setenil ha tenido fama a diferencia de los pueblos de alrededor, por lo que ha acumulado mucha gente. Y yo disfrutaba mucho porque venían mis hijos y nietos.
P: Entre los hermanos, ¿cómo organizabais los días de Semana Santa?
R: Nos reuníamos en La Villa, decidíamos lo que se iba a hacer y hacíamos una petición para juntar dinero. Los hermanos más pudientes aportaban lo que podían y se iban pagando los gastos de la Semana Santa, que siempre eran superiores a lo que se recogía. Las flores, la música y eso había que sacarlo de ahí para que esto siguiera hacia adelante. Ahora salen el Domingo de Ramos y el pueblo colabora.
P: ¿Qué amigos y hermanos estaban con usted en la Hermandad?
R: Cuando más joven recuerdo a Rafael Durán o a Paco el del chalet, primo de Paco Ordoñez. También estaba Enrique Valencia, pero era negro. Ya cuando más mayor nos juntábamos con otros amigos y cuando terminaba la procesión nos íbamos un rato a la Plaza a tomar una cerveza o lo que fuera, porque no había otra cosa.
P: Manolo trabajando en la panadería, ¿cómo compaginaba estos días tan señalados?
R: En Semana Santa había muchísimo trabajo. Hoy no es ni remotamente lo que era antes. Además de hacer mucho pan, en los días previos la gente hacía los tradicionales dulces, tortas o magdalenas, y los clientes venían a cocerlo a la panadería. Es decir, cada clienta elaboraba sus dulces en casa y luego venían a la panadería con sus moldes y yo se los metían en el horno y se los preparaba. Recuerdo que algunas veces la procesión ya estaba en la calle y todavía cociendo dulces. También vendía helados y eso durante las procesiones, eran unos días muy intensos y no se paraba.
P: Para que nos hagamos una idea, ¿cuánta cantidad de dulces podría hacer una familia?
R: Por ejemplo, una familia hacía unos 12 kg de tortas de masa, o siete u ocho docenas de huevos para magdalenas seguro. También venía familia de fuera y querían que no faltara de nada.
P: Y también hacía el pan para los bocadillos de los músicos, ¿no?
R: Claro, se hacían los bollos para los músicos de las hermandades, yo se los he hecho tanto para los Blancos, como para los Negros. Recuerdo un año que, como Rafael Corral era el Mayordomo de Los Blancos, él casi siempre hacía el pan y los bollos para sus músicos. Pero una vez cayó malo y estando la procesión en la calle, tuve que liarme a hacer bollos porque me lo encargaron corriendo. Ni me lo pensé, lo hice por la hermandad y por compañerismo hacia Rafael.
A pesar del gran trabajo, era muy gratificante darle el servicio al cliente y luego vestirse de penitente o llevar el paso. Acababas reventado, pero se acudía por la devoción; y luego cuando pasaba, te sentías satisfecho por lo bien que había salido todo, una satisfacción tremenda en todos los aspectos.
P: ¿Qué recuerda de la rivalidad entre Los Blancos y Los Negros?
R: Al principio no había rivalidad, pero con los años y al traer las bandas de música era un calentamiento. Había una pugna muy grande, mucho más que ahora. Entre mis amigos siempre nos peleábamos, pero la mayoría éramos blancos.
P: Y de las bandas de música, ¿qué recuerda?
R: Cuando era más joven, venían solo unos cuantos músicos que tocaban detrás y ya después vinieron las bandas grandes. Antes con poco había que hacer el avío con lo que fuera. Recuerdo que José Domínguez, el Mayordomo de la Hermandad, se sacrificaba mucho.
P: ¿Qué cambios percibe entre la Semana Santa de aquellos momentos y la de ahora?
R: Hay unos cambios muy importantes porque ahora se vive mejor y en mejores condiciones y hay más ambiente.
P: ¿Se organizaban unos actos diferente a los de hoy?
R: Sí. Recuerdo que los Viernes Santo cuando traían al Cristo, lo dejaban en el altar y por la tarde daban el Sermón de las Siete Palabras y finalmente, se pasaba al sepulcro. Entonces, mientras se bajaba el Cristo del altar Sebastián El Tejón, que cantaba en esos momentos, cantaba en cada estación una saeta y estaba muy bonito. El cura decía las estaciones, Sebastián iba cantando y luego lo metían en el sepulcro y ya salía la procesión del Santo Entierro. La Iglesia se llenaba a tope.
P: ¿Qué recuerdos tiene del tradicional lavatorio?
R: Era los Jueves Santo por la tarde. Salía como una procesión de doce penitentes vestidos de apóstoles y andaban con la música detrás. Le daban la vuelta al pueblo y después venían a la Iglesia y el cura le lavaba los pies sobre el altar. Es una procesión que se ha perdido, pero era muy bonito.
P: Manolo, ¿a qué titular de la Hermandad de Los Blancos le tiene mayor devoción?
R: Me tira el “Amarrao” a la Columna y el que viene de San Sebastián también, el Cristo y Santo Entierro.
P: Y con respecto a su familia, su mujer, hijos y nietos, ¿también pertenecen a Los Blancos?
Sí, les gusta a todos. Recuerdo que cuando nació mi hijo mayor, Pedro, José Domínguez me llamó por el balcón y me dice “ya tengo a tu hijo apuntado, que se llama Pedro como tu padre” y él siempre ha colaborado. Son cosas que no se olvidan. Carmela, mi mujer, se vestía de mantilla y arreglaba a muchas amigas también. Mis hijas han arreglado los tronos y se han vestido de mantilla. Y mis nietos han venido todos los años y se han vestido todos de penitentes o de mantilla (las niñas). Mi nieto Rubén siempre ha llevado los tronos.
P: ¿Qué siente cuando ve que a sus hijos y nietos les gusta Los Blancos?
R: Me siento orgulloso de que sigan la misma tradición que ha tenido su abuelo.
P: ¿Se siente orgulloso de pertenecer a la Hermandad de la Santa Vera Cruz?
R: Si que estoy orgulloso de pertenecer a la Hermandad. Siempre me ha tirado, me ha gustado mucho y he colaborado en todo lo que he podido. Es muy bonito pertenecer a Los Blancos, se lleva dentro y se siente, porque yo siento mi hermandad.
Gracias Manolo por contarme todas sus anécdotas, vivencias y devoción por la Hermandad de la Santa Vera Cruz y así, haberme permitido reflejar en esta revista, el trabajo durante años y su colaboración con Los Blancos.
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